jueves, 30 de diciembre de 2010

Lista de deseos 2010

Ayer por la noche pensaba en las "listas de deseos" que se suelen dejar en las tiendas "importantes" por casi todos los eventos que uno se pueda imaginar (amazon tiene también, incluso, una de esas "cosas", pero dudo mucho que mis deudos se den una vuelta cibernética por ahí). Así que, tratándose de libros, dejo aquí mis deseos no cumplidos del 2010 con ciertas notas.

- Aurelio Asiain, Un puñado de poemas (México, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2010) *Inconseguible.
- Héctor Mendoza, Dramaturgia completa (por hacer) *inexistente.
- José Luis Martínez, Bibliofilia, (Tacámbaro, Taller Martín Pescador de Juan Pascoe, 1996). *Demasiado caro, pero creo que lo valgo.
- Jean Meyer, Camino a Baján (México, Tusquets, 2010). *Medio lo leí parado en una librería hasta que me echaron porque cerraban... insólito... fascinante.
- El Hidalgo, de don Carlos Herrejón, editado por Clío y Banamex... pero que no acaba de salir.

Tengo otros veinte o cincuenta deseos... pero vayámonos con estos cinco de entrada.. a ver si se me hace.

José Luis Martínez y el amor por los libros.

En una reciente visita a Zamora en los primeros días de diciembre, mi querido amigo y admirado colega Rodrigo Martínez Baracs me regaló un pequeño libro suyo La biblioteca de mi padre (México, CONACULTA, 2010), que tiene como tema la creación y existencia de la inmensa biblioteca reunida a lo largo de su fecunda vida por el escritor, crítico e historiador de las letras mexicanas, diplomático y diputado jalisciense José Luis Martínez (1918-2007).




El texto fue escrito por Rodrigo para servir como una guía, descriptiva y prescriptiva, sobre el contenido de la biblioteca de don José Luis y el manejo que ésta debería tener en su nuevo hogar, la Biblioteca de México José Vasconcelos, conformando una colección especial cuya apertura a la consulta del público anunció en octubre su director Eduardo Lizalde. Sin embargo, el texto de Rodrigo va mucho más allá de ser un simple catálogo descriptivo y manual de uso; se trata, por el contrario, de un breve viaje memorioso y amoroso por la biografía de José Luis Martínez y su bibliofilia. Llena de contrastes, anécdotas de vida, confesiones y detalles personales, propios y ajenos, la memoria escrita por Rodrigo "se lee como agua" (como precisamente hubiera escrito su padre a lápiz en una esquina de la primera página del libro). Y lo digo así pues esta mañana he comenzado a leerlo y terminé sus 107 páginas de un tirón, experiencia que me dejó un maravilloso estado en el espíritu.

No voy a hacer en esta breve nota una mayor descripción del texto de Rodrigo, ni a repetir anécdotas o pequeños chismes que salpican aquí y allá sus páginas. Recomiendo, eso sí, leerlo, pues cualquier amante de los libros se enriquecerá con la experiencia y las vivencias contadas por Rodrigo. Quiero, al contrario, traer a la memoria a mi vez mi experiencia con esa biblioteca, cuando estaba en la casa de Rousseau 53, en la ciudad de México.

Conocí parte de la biblioteca de don José Luis una noche. La casa estaba llena de gente y festejábamos, pues aquella mañana Rodrigo había defendido su tesis doctoral en historia y etnohistoria en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Afuera del aula donde se llevó a cabo el examen, y mientras deliberaba el jurado, entablé una breve conversación con don José Luis. Yo había conseguido leer previamente un ejemplar de la tesis, que tenía Marta Terán, y le hice un comentario a su padre respecto a la impecable escritura de Rodrigo, al cual amablemente añadi un elogio a don José Luis sobre el oficio de escritor inculcado a sus hijos (Andrea es también muy buena en la escritura). Pero él simple y modestamente contestó: "No, es el haber crecido entre libros..." Esa misma noche entendí el comentario.

Nada más entrar en la casa de Rousseau 53, a pesar de que estaba llena de gente y meseros que iban y venían entre los invitados, la presencia de los libreros de madera llenos en todas y cada una de las paredes era impresionante. Después de felicitar nuevamente a Rodrigo, no pude resistir la tentación de recorrer con mis ojos los lomos del largo librero del comedor: literatura oriental, francesa, clásicos grecolatinos... un conjunto de autores y títulos que daban vértigo.

Pronto, la charla con Andrea y otros invitados me llevó a internarme en la "biblioteca" propiamente dicha: un amplio y envidiable estudio cuyas paredes estaban cubiertas completamente con libros de literatura e historia mexicana, arte, diccionarios. Recuerdo a don José Luis sentado en un sillón junto a otro sillón obscuro en el cual se encontraba sentado su gran amigo Alí Chumacero. La "biblioteca" estaba llena de gente que charlaba en grupos dispersos, pero los dos escritores amigos estaban absortos en su propia conversación, ajenos al ajetreo de alrededor.

Mi curiosidad hacía que mis ojos volaran de un estante a otro. Y pensaba en la frase de don José Luis de aquella mañana. Era verdad. Si yo había disfrutado mi infancia rodeado de la breve pero diversa biblioteca que había reunido mi madre, incursionando entre novelas clásicas, poesía, libros de pintura, de historia y enciclopedias, imaginaba la infancia de Rodrigo entre aquellos tesoros. Pero sobre todo, ese amor de José Luis Martínez por los libros y su contenido. Al despedirnos, le pregunté a don José Luis si algún día podría ir a visitar su biblioteca con calma. Con su intrínseca amabilidad me dijo: "Cuando quiera será bienvenido." Desgraciadamente, nunca fui.

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Adendas:
[20 enero, 2011]
Finalmente, el día de ayer se abrió al público el Fondo Bibliográfico José Luis Martínez. Aquí la nota.
[27 enero, 2011]
El imprescindible artículo de Gabriel Zaid en Letras Libres sobre la biblioteca de José Luis Martínez.