viernes, 28 de enero de 2011

Cádiz, Bicentenarios, y la crítica de Pipo Clavero.

Siguiendo un poco el tono del breve comentario al libro de Carlos Garriga en la nota anterior, quisiera invitar a la lectura de una nota aparecida en la bitácora de Bartolomé Pipo Clavero. La herencia y los alcances de la Constitución de Cádiz (1812) en las experiencias hispano americanas es un punto de discusión en el que, todavía a veces, se traban ciertos conceptos y percepciones. ¿Fue modernizadora la Constitución de Cádiz; fueron modernizadoras las políticas decimonónicas latinoamericanas? ¿Nos sirve de algo el término modernización para discutir sobre todo ello?

Dejando por sentado que la breve nota de Clavero tiene de suyo propio pertinencia, me pareció más pertinente su lectura a la vista de varias obras que han llegado recientemente a mis manos y a las que quisiera ofrecer al menos breves notas en el futuro cercano. Por una parte, el libro de Sergio Aguayo (2010), La transición en México, publicado por el Fondo de Cultura Económica en coedición con El Colegio de México; por la otra parte, varios de los libros que componen la colección Historia Crítica de las Modernizaciones en México, editados también por el Fondo de Cultura Económica y otras instituciones. Particularmente de esta colección me referiré más adelante a los textos coordinados por Clara García Ayluardo, Las reformas borbónicas, 1750-1808; Antonio Annino, La revolución novohispana, 1808-1821; y Erika Pani, Nación, Constitución y Reforma, 1821-1908.

La breve nota de Clavero es una acerba crítica a los Bicentenarios de los países latinoamericanos en el sentido de que la conmemoriación ha servido (con la simpatía de España), a maquillar una Constitución racista, sexista, de ciudadanías excluyentes, como moderna y capaz de ser el origen de las Naciones Constitucionales y de los Estados Modernos Americanos y Español. Hay, entonces y en varios ámbitos, diálogo directo entre los libros de García Ayluardo, Annino y Pani, por no decir el de Aguayo, con las ideas de Clavero.

Pero no adelantemos vísperas. Aquí, la nota de Pipo sobre Cádiz.

domingo, 16 de enero de 2011

De historias constitucionales y nuevas perspectivas.

La verdad, el tiempo, la historia
Francisco de Goya y Lucientes
Museo Nacional de Estocolmo

En el libro que mencionaré más adelante en esta nota, Carlos Garriga (coordinador y presentador de la publicación) escribió una interesante reflexión en la que tomó como ejemplo de la misma el cuadro de Goya que vemos arriba. Garriga nos recuerda que el cuadro fue visto durante muchos años como la alegoría de España escribiendo su historia, hasta que una "audaz, erudita y muy literaria (o poco histórica)" interpretación de Eleanor Sayre de 1979 (al año siguiente de la promulgación de la Constitución española), convirtió este cuadro en una alegoría de la Constitución de 1812. Los argumentos de la interpretación de Sayre y quienes la siguieron son muy interesantes. Sin embargo, Garriga recuerda que los trabajos de Isadora Rose-de Viejo sobre este cuadro han echado por tierra cualquier posibilidad de vinculación entre esta alegoría (pedida a Goya por Manuel Godoy antes de 1812) y la Constitución de Cádiz promulgada en 1812. Y es de esto que vamos a tratar aquí: de Constituciones.

En términos del discurso jurídico vigente en la actualidad, una Constitución es la "Ley fundamental de un Estado que define el régimen básico de los derechos y libertades de los ciudadanos y los poderes e instituciones de la organización política." (RAE, vid.) Las constituciones en este sentido comenzaron a fijarse en la transición del denominado Antiguo Régimen al Estado Liberal en el mundo europeo occidental y en las regiones occidentalizadas relacionadas con ese mundo, allá por los finales del siglo XVIII cuando, como un producto de la revolución francesa, se creó una comisión para redactar el que conocemos como Código Napoleónico (code civil des Français, 1804), que si bien estaba pensado para hacer un compendio o recopilación de las amplísimas leyes francesas creadas por la jurisprudencia producida por el rey y las corporaciones a lo largo muchos siglos, tenía el encargo de borrar las diferencias jurídicas entre las personas en función de su calidad, para hacer del individuo sujeto único de un derecho universal; concepto que es fundamental y clave de la doctrina liberal.

En una muy amplia tradición historiográfica político-jurídica originada en el siglo XIX se consideró que todas las Constituciones posteriores al Código de 1804 eran enunciados fundacionales de los "Estados Nación" modernos. Particularmente, la historiografía del constitucionalismo se construyó a lo largo de los años como un discurso apologético estatalista a partir de una mirada teleológica que ponía a las constituciones en el origen de los estados nacionales que trataba de legitimar.

Desde la década de 1970, Francisco Tomás y Valiente (jurista e historiador español asesinado por ETA el 14 de febrero de 1996) comenzó a animar los estudios de historia constitucional española en una perspectiva crítica desde sus libros, artículos y cátedras. Varios de sus discípulos se hicieron muy buenos historiadores del derecho (y constitucionalistas), pero sobre todo el prolífico Bartolomé Pipo Clavero se convirtió en el más importante exponente de la historiografía crítica jurídica española (y sus intereses constitucionalistas lo han llevado a estudiar no solamente las constituciones españolas, sino las de todo el mundo hispano-americano, sin mencionar el problema de la constitución europea). Como respuesta al asesinato de Tomás y Valiente, en el mismo año de 1996 Pipo se dio a la tarea de trabajar incansablemente por sus propuestas académicas en conjunto con varios profesores e investigadores españoles consolidados así como otros jóvenes que terminaron de formarse en el grupo de trabajo que se creó entonces: Historia Cultural e Institucional del Constitucionalismo en España (HICOES), que con el correr del tiempo vendría a incluir a América y sus constitucionalismos, también, como parte del proyecto.

Entre las muchas actividades que realiza el grupo se encuentra la de organizar seminarios y cursos en España y el resto del mundo. Tocó el turno a México, en septiembre del año 2007. Animados por los colegas y amigos del Instituto Mora, la Escuela Libre de Derecho, El Colegio de México, el Centro de Investigación y Docencia Económicas y El Colegio de Michoacán (instituciones co-organizadoras), entre el 17 y el 22 de aquel mes se llevó a cabo en el Instituto Mora un exitoso curso monográfico para posgrado, Historia y Constitución. Trayectos del constitucionalismo hispano, al que asistimos tanto profesores, investigadores, doctorandos y alumnos de nuestras instituciones como de otras. Fue una semana de intensa comunicación e intercambio académico, tanto por las sesiones matutinas del curso como por las sesiones "extra curriculares", donde hubo mucho aprendizaje, discusiones amables y en ocasiones acaloradas. Pero no es mi intención reseñar aquel curso tantos años después, sino mencionar uno de sus productos, que empezó a circular en septiembre del año pasado.

Se trata del libro coordinado por Carlos Garriga (a quien debo mucho de lo poco que sé de historia crítica del derecho) y que reúne los textos de los académicos miembros de HICOES que participaron en aquel curso.



Carlos Garriga (coord.) Historia y Constitución. Trayectos del constitucionalismo hispano, coordinadora editorial Beatriz Rojas, México, CIDE, Instituto Mora, El Colegio de Michoacán, ELD, HICOES, El Colegio de México, 2010, 415 p., ils. [ISBN 978-607-7613-38-1]

El libro está dividido en tres partes. La primera, Tránsitos, agrupa tres trabajos que tratan precisamente de los procesos de transición jurídica entre el Antiguo Régimen y el Estado Liberal: José M. Txema Portillo Valdés, "Entre la historia y la economía política: orígenes de la cultura del constitucionalismo"; Carlos Garriga, "Continuidad y cambio del orden jurídico"; y Paz Alonso Romero, "La formación de los juristas".

La segunda parte, Sujetos y Territorios, trata justamente de la diáda más compleja y problemática del proceso constitucionalista en sus inicios; cómo definir a los sujetos y cómo determinar los marcos territoriales administrativos y políticos: Bartolomé Pipo Clavero, "Constitución de Cádiz y ciudadanía de México"; Jesús Vallejo, "Paradojas del sujeto"; y Carmen Muñoz de Bustillo, "Constitución y territorio en los primeros procesos constituyentes españoles".

La tercera parte aborda el nudo del problema en la transición jurídica de aquellos años: cómo organizar los poderes. Potestades y poderes. Administración y justicia incluye los textos: Fernando Martínez Pérez, "De la potestad jurisdiccional a la administración de justicia"; Alejandro Agüero, "La justicia penal en tiempos de transición. La República de Córdoba, 1785-1850"; Marta Lorente, "División de poderes y contenciosos de la administración: una -breve- historia comparada"; y Margarita Gómez Gómez, "Del 'ministerio de papeles' al 'procedimiento".

La extensión de una breve nota no permite entrar a una exhaustiva reseña de cada uno de los capítulos de este libro. Cabe, sin más, invitar a su lectura considerando que es una historiografía jurídica crítica, es decir, que trata de colocar su punto de vista no en el presente "que acabó por suceder" sino en el pasado mismo, para así desmontar el peso apologético del Estado Liberal que ha tenido la historiografía tradicional jurídica, característica que nos hacía huir a los historiadores sin adjetivos de los engorrosos textos de historia del derecho tradicional. Sin embargo, en otros campos historiográficos (Garriga cita atinadamente a François-Xavier Guerra y a Antonio Annino), se ha caído en cuenta que el conocimiento de lo jurídico es imprescindible para entender lo social y la problemática política que conlleva. De ahí que se agradezca que los historiadores de lo jurídico (no todos, ciertamente) se hayan dado a la tarea de hacernos más legible y aprovechable el intrincado mundo del derecho, las instituciones y las constituciones.

sábado, 8 de enero de 2011

Iglesia, Independencia y Revolución.

El año pasado (2010) fue de múltiples eventos académicos y conmemorativos con el tema del bicentenario del inicio del proceso de independencia en México y el centenario del inicio de la revolución mexicana. En medio de todos estos actos, tuve el honor de ser invitado por el presbítero Dr. Juan Carlos Casas García a presentar un libro editado por él: Iglesia, independencia y revolución (México, Universidad Pontificia de México, 2010, 435 p.). Transcribo aquí algunas partes del texto de presentación que se llevó a cabo en el mes de noviembre de 2010.



El libro reúne la mayor parte de los trabajos que se presentaron en las Jornadas de historia Iglesia, Independencia y Revolución, organizadas por la Universidad Pontificia y que tuvieron lugar en la ciudad de México en mayo del año de 2009. Los trabajos presentan diversos aspectos de la relación de la Iglesia con estos dos acontecimientos, escritos por connotados especialistas, muchos de ellos colegas cercanos, conocidos e, incluso, muy apreciados por mí, que se han dedicado ya sea a la historia de la independencia, ya sea a la de la revolución, y especialmente a la participación e importancia de la institución eclesiástica y sus miembros en dichos procesos históricos. Es pues una reunión feliz, de trabajos muy interesantes, y es de agradecer al Dr. Casas la labor de ponerlos juntos y darnos esta obra que seguramente se colocará como una importante revisión plural del tema. Como es característico en este tipo de libros –ni modo, así es- no todos los trabajos guardan un formato parecido, aunque resultan todos de gran interés y calidad, y evidentemente hay temas que habrán quedado fuera, algunos huecos, algunas ausencias de autores como la de Brian Connaughton, por ejemplo (aunque en el momento de la presentación, Juan Carlos Casas apuntó que no le fue posible a Brian entregar su texto para publicar, dado su intensa actividad académica). No solamente para el especialista sino para el lector interesado, es un libro que resultará de mucho interés.

Antes de entrar en materia diré dos cosas respecto a la importancia del tema y comienzo por curarme en salud (como decía Felipe II). Yo no soy especialista en historia de la iglesia, sino que me dedico a la historia de las instituciones de gobierno y administración de justicia antes y después de la independencia; pero a lo largo de estos años me he topado en mi trabajo repetidas veces con cuestiones eclesiásticas. Desde el hecho de que no podemos entender la conformación de las instituciones de gobierno y administración de justicia, del derecho, o de la idea misma de justicia, sin percibir y comprender la gran impronta de la institución eclesiástica así como la participación de sus miembros en asuntos de gobierno hasta antes, e incluso, un tiempo después de la independencia; y de ahí vamos hasta el hecho, innegable, de que la Iglesia y los hombres de la Iglesia son y han sido actores fundamentales en la sociedad mexicana así como en las sociedades hispánicas. Por otra parte, el derecho y el concepto de justicia estuvieron integrados durante siglos por una serie de derechos distintos -entre ellos el Canónico-, y la jurisprudencia, hasta bien entrado el siglo XIX, no es posible entenderla sin su dosis de teología, sobre todo de teología moral.

Muchos de los personajes que estuvieron participando activamente y discutiendo la situación política en ese proceso de transformación en el cual se inserta la guerra de independencia de México –y la guerra de independencia de la mayor parte de los países de lo que hoy es América Latina-, eran miembros del clero. No solamente miembros del mal llamado “clero bajo”, es decir, curas párrocos, vicarios o presbíteros sin destino parroquial entre los activos guerreros que lucharon en la insurgencia (como Miguel Hidalgo, José María Morelos, José Sixto Verduzco, Mariano Matamoros y otros), sino que también miembros de cabildos catedrales, clero diocesano, así como clero regular, que participaron como diputados a instancias representativas, como las Cortes Generales que se reunieron en la península para debatir, opinar y, finalmente, redactar la Constitución Política de la Monarquía Española en Cádiz. Aquí podemos mencionar a los novohispanos José Ignacio Beye Cisneros, José Miguel Guridi y Alcocer o Miguel Ramos Arizpe. Algunos de ellos, como Guridi y Ramos Arizpe, luego participaron activamente en la construcción de las instituciones del México independiente desde posiciones en el Congreso constituyente, y a ellos se les sumaron otros eclesiásticos tan polémicos como el fraile de la Orden de Predicadores, el dominico Servando Teresa de Mier.

Pasando a la época de la revolución (donde confieso me siento más desprotegido pues no es un periodo en el que me mueva como pez en el agua, y por ello no haré quizá tantos comentarios como sobre el periodo de la guerra de independencia), la Iglesia también tuvo un papel muy importante, aunque desde una posición o ubicación en el entramado social, económico y político muy distinta del periodo de las independencias. El gran embate contra el poder político y económico de la Iglesia, que había empezado en la segunda mitad del siglo XVIII con el regalismo borbónico pero que en realidad tomó fuerza y se asentó en la segunda mitad del siglo XIX con el triunfo del liberalismo, desplazó o cambió la relación entre el poder político y la institución eclesiástica. La desamortización de los bienes eclesiásticos, la exclaustración de las órdenes religiosas y la laicización del poder político, pusieron a la Iglesia en una postura que fue desde el enfrentamiento a la conciliación, pero que finalmente, provocó la necesidad de cambiar las estrategias para proseguir con su labor pastoral en la sociedad. Me disculparan si lo digo de una manera que parece un tanto complicada, pero es que no es tan sencillo, como nos enseñaron desde la primaria, hablar de la separación de al Estado y la Iglesia. La laicización de la mayor parte de los gobiernos en el mundo occidental durante el siglo XIX, produjo la necesidad de un cambio de orientación en la política pastoral de la Iglesia, política que se predica desde la propia silla pontificia de León XIII, específicamente mediante la encíclica Rerum Novarum (15 de mayo de 1891). Atendiendo a este llamado del Papa, sobrevino una forma de acción de la Iglesia completamente distinta que conocemos con el nombre de “catolicismo social”. Este catolicismo social presente en la acción pastoral indujo la aparición de agrupaciones sociales y políticas cuya comprensión es fundamental para entender nuestra revolución. Contrapuesto al individualismo predicado por el liberalismo imperante, el catolicismo social se volcó en la comunidad, en la colaboración, en la solidaridad. Es por ello que no resulta extraño ver que muchas de las organizaciones de obreros y trabajadores que aparecieron en México en la última década del siglo XIX, hayan sido mutualidades de trabajadores con una activa militancia católica. Asimismo, la aparición del Partido Católico y la enunciación de las ideas políticas del catolicismo tuvieron una impronta fundamental en el contenido social del artículo 123 de la Constitución de 1917, que es el que regula las relaciones laborales. Por cierto, en este sentido es que abunda el trabajo de uno de los autores de este libro, Jorge Adame Godard, quien es uno de los mayores estudiosos de la historia de la Iglesia en México.

Por estas razones, y muchas otras, es que resulta importante la articulación de la historia de la Iglesia en México con estos dos periodos históricos. De ahí, la importancia del libro. Doy ahora fe del contenido y, posteriormente, cerraré con una breve reflexión sobre nuestro momento historiográfico. El libro se divide, obviamente, en dos secciones, una referente al proceso de independencia y la segunda al de la revolución. La primera parte del libro la abre el trabajo de Guadalupe Jiménez Codinach, quien es especialista en la independencia y sobre todo en la figura de Ignacio Allende, y quien es una de las responsables de que el gobierno español reintegrara este año al gobierno mexicano una de las primeras banderas de la insurgencia, un estandarte con San Miguel y la Virgen de Guadalupe que enarbolaran las milicias de Allende. En su texto; Jiménez Codinach reflexiona acerca de la relación entre la guerra y la vida cotidiana. En un formato de pequeñas cápsulas temáticas, Jiménez Codinach nos ofrece una radiografía de la sociedad de la época, que es muy importante para entender la manera en la que la institución eclesiástica pero, sobre todo, los hombres que la componían, estaban insertos en esa vida cotidiana, no solamente en su labor pastoral sino en muchos otros ámbitos detonados por la insurgencia.

Le sigue el trabajo de Gustavo Peña Hernández, quien hace un interesante análisis del pensamiento de los eclesiásticos novohispanos que participaron en las discusiones de las Cortes Generales Españolas, y que ya mencioné al principio de este comentario. Cabe mencionar que la posición como eclesiásticos dotaba a aquellos 17 diputados novohispanos de un conocimiento vasto, no sólo del derecho, no sólo de la idea de la constitución de una sociedad política, sino también de los problemas sociales y económicos que afectaban a la población en su conjunto. Por ejemplo, Guridi y Alcocer introdujo a la discusión en las Cortes la necesidad de abolir la esclavitud y de lograr una sociedad más justa e igualitaria borrando distinciones raciales. Fue por ello un gran crítico de la manera en la que la Constitución de Cádiz dispuso la idea de quienes componían a la Nación.

Por su parte, María Cristina Torales Pacheco pasa la lista del clero novohispano que tenía nuevas ideas respecto al bienestar público, su interés por la sociedad en general, y enfatiza que estas ideas eran compartidas por el conjunto del clero diocesano y regular.

Diana González Arias nos abre una ventana a las tensiones políticas previas a la independencia que se suscitaron entre la Iglesia y la Corona, llevándonos de la mano a través del hilo del problema de la igualdad de oportunidades que tenían los eclesiásticos criollos y peninsulares para acceder a las prebendas y canonjías. La corona había venido estableciendo una política de incremento del clero peninsular en los cabildos catedrales, poniendo obstáculos a los criollos. Esto produjo importantísimos pleitos entre los cabildos y la corona, que son el tema de su ensayo.

Los trabajo de Francisco Morales Valerio y de mi admirado colega Manuel Ramos Medina, tratan la reacción y estado que guardaron dos órdenes religiosas al estallido de la insurgencia, el primero tratando a los franciscanos y el segundo, a la que es su especialidad, la Orden del Carmelo. Más que tratar de responder si las órdenes o si los miembros de la orden estaban de acuerdo o no con la insurgencia, simpatizaban o rechazaban el movimiento, los trabajos nos muestran la complejidad de decisiones y acciones en la que se vio inmerso el clero regular al estallido de la rebelión, que va desde la simpatía y apoyo activo de algunos franciscanos hasta el horror de los carmelitas cuando los insurgentes saquearon el convento de Celaya, uno de los más ricos de la orden y de la región.

El trabajo de Alicia Tecuanhuey, especialista en la historia poblana del periodo, nos ofrece un análisis muy interesante de la conformación de las ideas políticas del clero de la diócesis de Puebla y de su participación en las grandes discusiones de la época que tenían que ver con la crisis política de la monarquía, el problema del gobierno, de la representación y la ciudadanía, y el papel activo de la Iglesia en todo ello.

Una vez consumada la Independencia, en septiembre de 1821, muchos eclesiásticos que habían sido actores políticos y sociales de los acontecimientos de la década anterior, siguieron opinando y pronunciándose respecto a la construcción de un país independiente, las políticas de gobierno y el papel de la Iglesia en el nuevo Estado. El trabajo de mi querida colega Ana Carolina Ibarra analiza ese debate desde las posturas distintas, y a veces encontradas, de tres canónigos: de la Bárcena; San Martín y Guridi y Alcocer.

Como cada vez sabemos más sobre ese asunto tan complicado, la independencia trajo consigo problemas políticos de muy distinta índole. Uno de ellos, y de crucial importancia para la Iglesia, fue el del Patronato. Mediante el real patronato, la Iglesia en el territorio de la monarquía había sido puesta bajo la protección del rey español, concesión que le permitía al rey decidir –incluso sobre las decisiones del Papa-, varias de las directrices políticas y administrativas de la vida eclesiástica como el nombramiento de obispos, la participación de la corona en la recaudación del diezmo, entre otras cosas. A su vez, la Iglesia católica en la monarquía recibía ciertos privilegios. La independencia provocó la salida de muchos miembros de la jerarquía eclesiástica así como la negativa del Pontífice de reconocer al nuevo país independiente llamado México y, mucho menos, la creación de un Patronato Nacional. Esto desató una fuerte polémica sobre si era adecuado o no mantener dicha concesión y privilegios, estudio del que se encarga Alfonso Alcalá Alvarado.

Finalmente se cierra el primer apartado con un trabajo de Luis Ángel Bellota que llamó mi atención. Para armarlo, este joven estudiante de la maestría en Estudios Latinoamericanos de la UNAM sigue en mucho lo que hizo Andrés Lira cuando en su fantástico libro Espejo de discordias contrapuso o, mejor dicho, puso a dialogar a tres grandes pensadores, políticos e historiadores que vivieron la guerra de independencia y su consumación: Carlos María de Bustamante, José María Luis Mora y Lucas Alamán. En su libro, Andrés Lira se centró en las ideas que tenían cada uno de los tres personajes sobre el mismo hecho de la independencia. En su artículo, Luis Ángel Bellota analiza las ideas que tenían estos tres personajes sobre el papel de la Iglesia en el México independiente, lo cual me pareció un ejercicio interesante.

En la segunda parte del libro versa sobre el periodo revolucionario. No abundaré mucho en esta parte por tres razones principalmente: la primera porque, como ya dije, no soy especialista en el periodo; la segunda para no aburrirlos más y, la tercera, que es la más importante, para invitarlos a leer el libro. Una invitación a esta lectura la hago repasando los temas y autores de manera rápida. Se aborda de nueva cuenta la situación social y cultural, y el contexto de ideas en los cuales la institución eclesiástica actúa y opina. Esto lo hace con su entretenida pluma el maestro Aurelio de los Reyes. Hay también varios textos que tratan el problema de la tensión entre las ideas de los gobiernos liberales y la Iglesia: por ejemplo, el de Raúl González Schmall sobre cuestiones como la Constitución y la regulación de la vida religiosa; Adame Goddard –a quien ya mencioné al principio- sobre la influencia del catolicismo social en el contenido-, y las ideas sociales constituyentes; María Eugenia García Ugarte, quien aborda el problema de la libertad y tolerancia religiosa a lo largo del siglo XIX de una manera sintética como sólo quien conoce a fondo el tema puede exponer. Por su parte, Ramón Aguilera Murguía hace una breve historia del Partido Católico, mientras que Valentina Torres Septién mira la tensión entre Iglesia y gobierno respecto al tema del control de la educación. Un interesante análisis del pensamiento político católico es el que hace María Luisa Aspe Armella, pues nos ayuda a comprender la diversidad de posturas respecto a la participación de los católicos frente al gobierno que surgen a partir de 1930, y de entre las cuales se encuentra el origen del Partido Acción Nacional.

Distanciándose un poco del problema de la tensión en las relaciones entre la Iglesia y el gobierno, hay tres trabajos que analizan otros temas que son de igual manera interesantes y complementan lo anterior. El trabajo de Franco Savarino ofrece una mirada comparativa sobre el alejamiento o acercamiento entre gobierno e Iglesia, en el contexto de los movimientos nacionalistas. Mientras que en México hubo un alejamiento, en la Italia de Mussolini. Este análisis comparativo se podría quizá también hacer, pienso ahora en voz alta, con respecto a la España del franquismo. Por su parte, Concepción Amerlink de Corsi nos relata las estrategias de sobrevivencia de los conventos de monjas después de la exclaustración; mientras que el trabajo de las historiadora del arte Montserrat Galí analiza la obra pictórica del jesuita Gonzalo Carrasco.

Un tema que me llamó mucho la atención es el análisis que hace Manuel Olimón Nolasco sobre la tercera carta pastoral del obispo de Tepic en 1919, Manuel Azpeitia y Palomar. Por la guerra revolucionaria, por la política de Carranza y toda esa coyuntura, la labor pastoral de las diócesis cayó precipitadamente. ¿Qué hacer, se pregunta Azpeitia, ante esta crisis? La necesidad de llevar a cabo una reconstrucción integral de la labor pastoral pasaba necesariamente en ese momento por la reflexión de la crisis de las vocaciones sacerdotales, un tema que ocupó la discusión de los miembros de la jerarquía eclesiástica del país.

En fin, se trata de un libro que, como ustedes habrán apreciado en esta breve reseña, trata sobre un tema pero trata a la vez sobre muchos temas. Es pues una buena puerta de entrada para mirar esa complejidad en las relaciones entre la historia eclesiástica, la historia política y la historia social. Si bien, estoy cada vez más convencido –y en cierta medida este libro me permite afirmarlo mejor- que en el estudio de la historia los compartimientos rígidos no funcionan, pues al seguirlos solemos desterrar actores y problemas que estuvieron presentes en el contexto y problema histórico que nos interesa. También, que es necesario el acercamiento entre los investigadores académicos “laicos” –por decirnos de alguna manera-, y los estudiosos que se forman en las filas del clero. Por ello, es de agradecer la postura que la Conferencia Episcopal Mexicana ha adoptado desde hace por lo menos una década, que es intensificar un acercamiento y diálogo –que ya existía antes, pero que es bueno incentivar más-, en pos de construir un mejor conocimiento de nuestra realidad histórica y social. Sin más, y agradeciéndole al Dr. Casas la oportunidad de comentar este libro, los invito a su lectura.

jueves, 6 de enero de 2011

Historiadores y redes de investigación


La imagen del historiador solitario sumergido entre cientos de papeles polvosos en los archivos y con decenas de libros abiertos sobre las mesas de su despacho silencioso, ha quedado atrás hace mucho tiempo. El proceso de profesionalización de la disciplina histórica ha obligado a los oficiantes de Clío a establecer comunicación y colaboración con sus pares de una manera más intensa y compleja. Y cabe subrayar que el día de hoy, y para poder mantener un nivel de evaluación del trabajo propio e institucional, se ha convertido en un asunto obligado que el clionauta pertenezca a grupos de investigación. Estos grupos o redes reciben diferentes motes y tienen dinámicas diferenciadas a partir de sus funciones productivas y evaluatorias, personales e institucionales.

El fenómeno de las redes de investigación ha crecido de manera exponencial en las últimas décadas, tanto por las obligaciones profesionales como por las facilidades de la comunicación, entre ellas, el Internet y las video conferencias. No es que entre el siglo XVIII y principios del XX se careciera de espacios para la presentación y la discusión de los hallazgos de los historiadores: ahi está, como parte de nuestra tradición hispánica-americana, la aparición de aquella tertulia de sabios que se juntó en 1735 y derivó, en 1738, en la fundación de la Real Academia de Historia en Madrid; que es modelo y origen de las Academias de Historia de los países hispanohablantes, muchas de las cuales son correspondientes de la Real de Madrid. La aparición de estos colegiados, como la Academia Mexicana de la Historia, permitió establecer ciertos lineamientos para la investigación histórica de calidad y su difusión. Dicho a la manera de Kuhn, las academias fijaron las reglas y paradigmas del quehacer historiográfico conformadas por la comunidad de investigadores.

Sin embargo, con la multiplicación de profesionales de la historia y, en ocasiones, por la manía que tenemos por poner sobre la mesa de discusión ciertas reglas y paradigmas historiográficos, o simplemente por diferencias en las perspectivas de interpretación del pasado, los grupos y redes de investigación se multiplicaron. Ya no se trataba de aquellos grupos de trabajo que se dieron a la tarea de escribir obras monumentales de la historiografía como México a través de los siglos, dirigida por Vicente Riva Palacio (5 Vols., 1884-1889), o Historia Moderna de México, dirigida por don Daniel Cosío Villegas (7 Vols., 1955-1972). En México, entre las décadas de 1970 y 1980, proliferaron los seminarios de investigación asociados a distintas instituciones. Mención especial merecen, para la década de los setenta entre otros, los seminarios temáticos creados por Enrique Florescano al asumir la dirección del entonces Departamento de Estudios Históricos del INAH (hoy Dirección de Estudios Históricos). Este tipo de seminarios permitió la discusión de la heurística y de los métodos y técnicas de investigación histórica aplicados a problemas específicos: historia económica, historia de la agricultura, historia urbana, historia de las mentalidades, entre otros.

Con el correr de los años y la reflexión sobre los problemas de la historia nacional y la historia regional, la necesidad de entender los devenires particulares en el contexto de macro regiones, y la cada vez más fructífera influencia de otras disciplinas y su diálogo con el quehacer histórico, como la antropología, la economía o la historia del arte, la creación de grupos y redes de investigación interinstitucionales, inter o multi disciplinarias e internacionales se hizo necesaria. Asimismo, el desarrollo de los medios de comunicación ha facilitado la reunión (presencial o virtual) de académicos e investigadores de todo (o casi todo) el mundo, interesados en uno u otro tema o problemática. Me referiré aquí a dos, que tienen dinámicas distintas, por ser las que mejor conozco.

Hacia finales del año 2004, José Javier Ruiz Ibáñez (Universidad de Murcia), Gaetano Sabatini (Università degli Studi di Roma Tre) y Pedro Cardim (Universidade Nova de Lisboa), junto a otros investigadores, plantearon la posibilidad de establecer una red que funcionase como un espacio para la circulación de investigaciones sobre las fronteras (reales o imaginadas) de las Monarquías Ibéricas, ante la imperiosa necesidad de entender la importantísima proyección global que tuvieron entre los siglos XV y XVIII. Surgió así Red Columnaria, que a seis años de vida reúne y comunica a más de cien investigadores de diversos países como España, Portugal, Italia, Francia, Argentina, Chile y México, entre otros. Aparte de ello, la Red incluye proyectos específicos propios, como el Seminario Floridablanca o Vestigios de un mismo mundo; así como proyectos asociados que tienen su base y son dirigidos desde diversas instituciones alrededor del mundo.




Otra manera de nuclear el trabajo académica y poner en comunicación a los historiadores y profesionistas de otras disciplinas afines, son los Grupos de Estudio. A mediados de 2009, y a partir de la convocatoria de Nelly Sigaut y Thomas Calvo (ambos profesores investigadores de El Colegio de Michoacán), se formó el Grupo de Estudios Sobre Religión y Cultura (GERyC). Se trata de un grupo multidisciplinario e interinstitucional que tiene como objetivo crear un espacio académico de discusión e intercambio, en el que participen tanto académicos consolidados como estudiantes y tesistas de posgrado. Los aspectos relevantes del grupo son la relación de la historia con los fenómenos religioso y cultural de distintas épocas; así como su inserción dentro de las sociedades y sus manifestaciones literarias y visuales: pintura, escultura, arquitectura, novelas, sermones, escritos científicos y teológicos. La orientación de las discusiones pone particular énfasis en los actores de los hechos religioso y cultural y su distribución en la geografía. El GERyC tiene interés en la biografía cultural de los objetos así como en las de los individuos y grupos sociales. Las reuniones del grupo tienen lugar cada mes (el primer martes) y la comunicación es posible gracias al sistema de videoconferencia que permite enlazar al Colegio de Michoacán, A.C. (base institucional del grupo), con El Colegio de México, A.C. y El Colegio de Jalisco.

Para un historiador, participar en estas dos dinámicas enriquece mucho el trabajo que seguimos haciendo en seminarios o grupos de investigación más pequeños, que se reúnen de manera permanente o eventual, nuestras colaboraciones en congresos, mesas redondas, la impartición de cursos y la direccicón de tesistas. Ahora, quizá, lo que nos falta es tiempo para volver a encerrarnos en solitario entre papeles y libros, actividad que sigue siendo la principal fuente de nuestra indagación histórica y que queda en nuestro imaginario como el volver, al menos por un rato, a ser ratón de biblioteca solitario y polilla de archivo.

sábado, 1 de enero de 2011

Iniciando el año con un magnífico libro.

No lo he terminado de leer. Estoy apenas a la mitad de su lectura pero siento la impetuosa necesidad de decir algunas cuantas cosas sobre él: un libro fascinante e insólito, provocador, evocador y que entronca con algunas situaciones vitales mías.


Se trata de la reciente publicación de mi querido amigo (aunque debería mejor quitar lo de "amigo" y declararlo como "padre intelectual", por todas las herencias que me ha ido legando en estos años de conocernos) y admirado colega Thomas Calvo, Vencer la derrota. Vivir en la sierra zapoteca de México (1674-1707), editado apenas en ese año que precede a éste por El Colegio de Michoacán, el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social y la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Texto que ya ha sido publicado en francés bajo el título Vaincre la défaite. Vivre dans la Sierra zapotèque du Mexique. 1676-1707, editado en París con el sello de la prestigiosa editorial francesa L'Harmattan, 2009... con 299 páginas que se leen tan bien y como agua en francés como en su traducción al español, impecablemente hecha por Jean Hennequin, y la muy exacta presentación (por no abundar en sus detalles de crítica historiográfica, que hay que leer) de Beatriz Rojas.

¿De que trata Vencer la derrota? De pleitos, de asesinatos, de abusos de poder entre los propios indios zapotecas que habitaban, al final del siglo XVII, la pluriétnica alcadía mayor de Villa Alta. Y el primer gran y dramático suceso con el que abre el libro, es el de los seis pueblos de Cajonos (Caxonos actualmente), centrándose en la muerte de los que ahora son considerados por el Vaticano como los "mártires de Caxonos", un par de indios que denunciaron en su momento a finales del siglo XVII las prácticas idolátricas de la gente de su región y por ello fueron sacrificados.

Pero el libro va más allá de esa primer anécdota, pues el autor trata de contestarse, en el nivel microhistórico, preguntas que son importantes en el nivel macrohistórico de la monarquía hispánica. ¿Cómo era posible ejercer el poder y el control durante 300 años en un espacio político y administrativo que abarcaba los cuatro continentes? Thomas Calvo da en la clave y nos permite entender que, gracias a un proceso de aculturación en términos jurídicos y litigiosos, los indios novohispanos (al menos, pero esto es algo que excede por mucho a la región novohispana), aprendieron y utilizaron a su favor los instrumentos de defensa jurídica con que los dotó la Corona española. En segundo lugar, nos ofrece una interesante propuesta del cómo historiar estos litigios (no siendo, precisamente, un historiador del derecho y las instituciones), y en tercer lugar inserta la impronta de una experiencia personal ligada a su proceso de investigación que hace, de este libro, un manual de ciegos para los historiadores en ciernes (y no tan en ciernes), pues el contacto entre los problemas de las fuentes y la experiencia del historiador apararecen a cada instante. Un libro vivencial (en el cual cualquier amante de Clío se ve superado en la estrategia narrativa), pues confiesa situaciones del trabajo de archivo y de campo que pocos de nosotros estaríamos dispuestos a publicar.

Finalmente (pero no al final), un libro que viene a completar de manera magistral los trabajos que se han hecho respecto a esa región que Chance, en su clásico La conquista de la Sierra, echaba de menos hace cerca de veinte años. ¿Quién se había interesado en una región limítrofe, periferia de la periferia, marginal entre las marginales? Carmagnani un poco, Van Young en su clásico Drinking..., pero que a fin de cuentas no había sido una región de interés (esperamos con ansias la publicación del libro de Luis Arrioja, que vendrá a llenar muchos huecos de la historia india de la sierra zapoteca).

El problema que nos pone enfrente Thomas Calvo es que su historia es una historia (como bien ha visto Beatriz Rojas) a la búsqueda de un quiebre histórico. El autor se confiesa haciendo una microhistoria entre Carlo Levi y Alain Corbin, pero nos deja la sensación de una macrohistoria de la monarquía hispánica. Y leerlo me ha hecho recordar ciertos mometos de mi vida cuando, y por ciertas circunstancias yo no era historiador sino fotógrafo, gracias a una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, me permití conocer esas regiones. Caxonos, al menos en el año de 1993, seguía resultando un "espacio a evitar" para los habitantes de la Sierra Zapoteca de Villa Alta... o al menos para los habitantes de San Bartolomé Zoogocho y San Juan y San Miguel Taabá. ¿Recuerdos de los acontecimientos del siglo XVII?

Seguiré leyendo.. pero desde ahora puedo intuir que Vencer la derrota se colocará en breve entre los "importantes" para entender la región oaxaqueña novohispana, junto a Carmagnani, Chance, Arrioja y algunos otros.