sábado, 8 de enero de 2011

Iglesia, Independencia y Revolución.

El año pasado (2010) fue de múltiples eventos académicos y conmemorativos con el tema del bicentenario del inicio del proceso de independencia en México y el centenario del inicio de la revolución mexicana. En medio de todos estos actos, tuve el honor de ser invitado por el presbítero Dr. Juan Carlos Casas García a presentar un libro editado por él: Iglesia, independencia y revolución (México, Universidad Pontificia de México, 2010, 435 p.). Transcribo aquí algunas partes del texto de presentación que se llevó a cabo en el mes de noviembre de 2010.



El libro reúne la mayor parte de los trabajos que se presentaron en las Jornadas de historia Iglesia, Independencia y Revolución, organizadas por la Universidad Pontificia y que tuvieron lugar en la ciudad de México en mayo del año de 2009. Los trabajos presentan diversos aspectos de la relación de la Iglesia con estos dos acontecimientos, escritos por connotados especialistas, muchos de ellos colegas cercanos, conocidos e, incluso, muy apreciados por mí, que se han dedicado ya sea a la historia de la independencia, ya sea a la de la revolución, y especialmente a la participación e importancia de la institución eclesiástica y sus miembros en dichos procesos históricos. Es pues una reunión feliz, de trabajos muy interesantes, y es de agradecer al Dr. Casas la labor de ponerlos juntos y darnos esta obra que seguramente se colocará como una importante revisión plural del tema. Como es característico en este tipo de libros –ni modo, así es- no todos los trabajos guardan un formato parecido, aunque resultan todos de gran interés y calidad, y evidentemente hay temas que habrán quedado fuera, algunos huecos, algunas ausencias de autores como la de Brian Connaughton, por ejemplo (aunque en el momento de la presentación, Juan Carlos Casas apuntó que no le fue posible a Brian entregar su texto para publicar, dado su intensa actividad académica). No solamente para el especialista sino para el lector interesado, es un libro que resultará de mucho interés.

Antes de entrar en materia diré dos cosas respecto a la importancia del tema y comienzo por curarme en salud (como decía Felipe II). Yo no soy especialista en historia de la iglesia, sino que me dedico a la historia de las instituciones de gobierno y administración de justicia antes y después de la independencia; pero a lo largo de estos años me he topado en mi trabajo repetidas veces con cuestiones eclesiásticas. Desde el hecho de que no podemos entender la conformación de las instituciones de gobierno y administración de justicia, del derecho, o de la idea misma de justicia, sin percibir y comprender la gran impronta de la institución eclesiástica así como la participación de sus miembros en asuntos de gobierno hasta antes, e incluso, un tiempo después de la independencia; y de ahí vamos hasta el hecho, innegable, de que la Iglesia y los hombres de la Iglesia son y han sido actores fundamentales en la sociedad mexicana así como en las sociedades hispánicas. Por otra parte, el derecho y el concepto de justicia estuvieron integrados durante siglos por una serie de derechos distintos -entre ellos el Canónico-, y la jurisprudencia, hasta bien entrado el siglo XIX, no es posible entenderla sin su dosis de teología, sobre todo de teología moral.

Muchos de los personajes que estuvieron participando activamente y discutiendo la situación política en ese proceso de transformación en el cual se inserta la guerra de independencia de México –y la guerra de independencia de la mayor parte de los países de lo que hoy es América Latina-, eran miembros del clero. No solamente miembros del mal llamado “clero bajo”, es decir, curas párrocos, vicarios o presbíteros sin destino parroquial entre los activos guerreros que lucharon en la insurgencia (como Miguel Hidalgo, José María Morelos, José Sixto Verduzco, Mariano Matamoros y otros), sino que también miembros de cabildos catedrales, clero diocesano, así como clero regular, que participaron como diputados a instancias representativas, como las Cortes Generales que se reunieron en la península para debatir, opinar y, finalmente, redactar la Constitución Política de la Monarquía Española en Cádiz. Aquí podemos mencionar a los novohispanos José Ignacio Beye Cisneros, José Miguel Guridi y Alcocer o Miguel Ramos Arizpe. Algunos de ellos, como Guridi y Ramos Arizpe, luego participaron activamente en la construcción de las instituciones del México independiente desde posiciones en el Congreso constituyente, y a ellos se les sumaron otros eclesiásticos tan polémicos como el fraile de la Orden de Predicadores, el dominico Servando Teresa de Mier.

Pasando a la época de la revolución (donde confieso me siento más desprotegido pues no es un periodo en el que me mueva como pez en el agua, y por ello no haré quizá tantos comentarios como sobre el periodo de la guerra de independencia), la Iglesia también tuvo un papel muy importante, aunque desde una posición o ubicación en el entramado social, económico y político muy distinta del periodo de las independencias. El gran embate contra el poder político y económico de la Iglesia, que había empezado en la segunda mitad del siglo XVIII con el regalismo borbónico pero que en realidad tomó fuerza y se asentó en la segunda mitad del siglo XIX con el triunfo del liberalismo, desplazó o cambió la relación entre el poder político y la institución eclesiástica. La desamortización de los bienes eclesiásticos, la exclaustración de las órdenes religiosas y la laicización del poder político, pusieron a la Iglesia en una postura que fue desde el enfrentamiento a la conciliación, pero que finalmente, provocó la necesidad de cambiar las estrategias para proseguir con su labor pastoral en la sociedad. Me disculparan si lo digo de una manera que parece un tanto complicada, pero es que no es tan sencillo, como nos enseñaron desde la primaria, hablar de la separación de al Estado y la Iglesia. La laicización de la mayor parte de los gobiernos en el mundo occidental durante el siglo XIX, produjo la necesidad de un cambio de orientación en la política pastoral de la Iglesia, política que se predica desde la propia silla pontificia de León XIII, específicamente mediante la encíclica Rerum Novarum (15 de mayo de 1891). Atendiendo a este llamado del Papa, sobrevino una forma de acción de la Iglesia completamente distinta que conocemos con el nombre de “catolicismo social”. Este catolicismo social presente en la acción pastoral indujo la aparición de agrupaciones sociales y políticas cuya comprensión es fundamental para entender nuestra revolución. Contrapuesto al individualismo predicado por el liberalismo imperante, el catolicismo social se volcó en la comunidad, en la colaboración, en la solidaridad. Es por ello que no resulta extraño ver que muchas de las organizaciones de obreros y trabajadores que aparecieron en México en la última década del siglo XIX, hayan sido mutualidades de trabajadores con una activa militancia católica. Asimismo, la aparición del Partido Católico y la enunciación de las ideas políticas del catolicismo tuvieron una impronta fundamental en el contenido social del artículo 123 de la Constitución de 1917, que es el que regula las relaciones laborales. Por cierto, en este sentido es que abunda el trabajo de uno de los autores de este libro, Jorge Adame Godard, quien es uno de los mayores estudiosos de la historia de la Iglesia en México.

Por estas razones, y muchas otras, es que resulta importante la articulación de la historia de la Iglesia en México con estos dos periodos históricos. De ahí, la importancia del libro. Doy ahora fe del contenido y, posteriormente, cerraré con una breve reflexión sobre nuestro momento historiográfico. El libro se divide, obviamente, en dos secciones, una referente al proceso de independencia y la segunda al de la revolución. La primera parte del libro la abre el trabajo de Guadalupe Jiménez Codinach, quien es especialista en la independencia y sobre todo en la figura de Ignacio Allende, y quien es una de las responsables de que el gobierno español reintegrara este año al gobierno mexicano una de las primeras banderas de la insurgencia, un estandarte con San Miguel y la Virgen de Guadalupe que enarbolaran las milicias de Allende. En su texto; Jiménez Codinach reflexiona acerca de la relación entre la guerra y la vida cotidiana. En un formato de pequeñas cápsulas temáticas, Jiménez Codinach nos ofrece una radiografía de la sociedad de la época, que es muy importante para entender la manera en la que la institución eclesiástica pero, sobre todo, los hombres que la componían, estaban insertos en esa vida cotidiana, no solamente en su labor pastoral sino en muchos otros ámbitos detonados por la insurgencia.

Le sigue el trabajo de Gustavo Peña Hernández, quien hace un interesante análisis del pensamiento de los eclesiásticos novohispanos que participaron en las discusiones de las Cortes Generales Españolas, y que ya mencioné al principio de este comentario. Cabe mencionar que la posición como eclesiásticos dotaba a aquellos 17 diputados novohispanos de un conocimiento vasto, no sólo del derecho, no sólo de la idea de la constitución de una sociedad política, sino también de los problemas sociales y económicos que afectaban a la población en su conjunto. Por ejemplo, Guridi y Alcocer introdujo a la discusión en las Cortes la necesidad de abolir la esclavitud y de lograr una sociedad más justa e igualitaria borrando distinciones raciales. Fue por ello un gran crítico de la manera en la que la Constitución de Cádiz dispuso la idea de quienes componían a la Nación.

Por su parte, María Cristina Torales Pacheco pasa la lista del clero novohispano que tenía nuevas ideas respecto al bienestar público, su interés por la sociedad en general, y enfatiza que estas ideas eran compartidas por el conjunto del clero diocesano y regular.

Diana González Arias nos abre una ventana a las tensiones políticas previas a la independencia que se suscitaron entre la Iglesia y la Corona, llevándonos de la mano a través del hilo del problema de la igualdad de oportunidades que tenían los eclesiásticos criollos y peninsulares para acceder a las prebendas y canonjías. La corona había venido estableciendo una política de incremento del clero peninsular en los cabildos catedrales, poniendo obstáculos a los criollos. Esto produjo importantísimos pleitos entre los cabildos y la corona, que son el tema de su ensayo.

Los trabajo de Francisco Morales Valerio y de mi admirado colega Manuel Ramos Medina, tratan la reacción y estado que guardaron dos órdenes religiosas al estallido de la insurgencia, el primero tratando a los franciscanos y el segundo, a la que es su especialidad, la Orden del Carmelo. Más que tratar de responder si las órdenes o si los miembros de la orden estaban de acuerdo o no con la insurgencia, simpatizaban o rechazaban el movimiento, los trabajos nos muestran la complejidad de decisiones y acciones en la que se vio inmerso el clero regular al estallido de la rebelión, que va desde la simpatía y apoyo activo de algunos franciscanos hasta el horror de los carmelitas cuando los insurgentes saquearon el convento de Celaya, uno de los más ricos de la orden y de la región.

El trabajo de Alicia Tecuanhuey, especialista en la historia poblana del periodo, nos ofrece un análisis muy interesante de la conformación de las ideas políticas del clero de la diócesis de Puebla y de su participación en las grandes discusiones de la época que tenían que ver con la crisis política de la monarquía, el problema del gobierno, de la representación y la ciudadanía, y el papel activo de la Iglesia en todo ello.

Una vez consumada la Independencia, en septiembre de 1821, muchos eclesiásticos que habían sido actores políticos y sociales de los acontecimientos de la década anterior, siguieron opinando y pronunciándose respecto a la construcción de un país independiente, las políticas de gobierno y el papel de la Iglesia en el nuevo Estado. El trabajo de mi querida colega Ana Carolina Ibarra analiza ese debate desde las posturas distintas, y a veces encontradas, de tres canónigos: de la Bárcena; San Martín y Guridi y Alcocer.

Como cada vez sabemos más sobre ese asunto tan complicado, la independencia trajo consigo problemas políticos de muy distinta índole. Uno de ellos, y de crucial importancia para la Iglesia, fue el del Patronato. Mediante el real patronato, la Iglesia en el territorio de la monarquía había sido puesta bajo la protección del rey español, concesión que le permitía al rey decidir –incluso sobre las decisiones del Papa-, varias de las directrices políticas y administrativas de la vida eclesiástica como el nombramiento de obispos, la participación de la corona en la recaudación del diezmo, entre otras cosas. A su vez, la Iglesia católica en la monarquía recibía ciertos privilegios. La independencia provocó la salida de muchos miembros de la jerarquía eclesiástica así como la negativa del Pontífice de reconocer al nuevo país independiente llamado México y, mucho menos, la creación de un Patronato Nacional. Esto desató una fuerte polémica sobre si era adecuado o no mantener dicha concesión y privilegios, estudio del que se encarga Alfonso Alcalá Alvarado.

Finalmente se cierra el primer apartado con un trabajo de Luis Ángel Bellota que llamó mi atención. Para armarlo, este joven estudiante de la maestría en Estudios Latinoamericanos de la UNAM sigue en mucho lo que hizo Andrés Lira cuando en su fantástico libro Espejo de discordias contrapuso o, mejor dicho, puso a dialogar a tres grandes pensadores, políticos e historiadores que vivieron la guerra de independencia y su consumación: Carlos María de Bustamante, José María Luis Mora y Lucas Alamán. En su libro, Andrés Lira se centró en las ideas que tenían cada uno de los tres personajes sobre el mismo hecho de la independencia. En su artículo, Luis Ángel Bellota analiza las ideas que tenían estos tres personajes sobre el papel de la Iglesia en el México independiente, lo cual me pareció un ejercicio interesante.

En la segunda parte del libro versa sobre el periodo revolucionario. No abundaré mucho en esta parte por tres razones principalmente: la primera porque, como ya dije, no soy especialista en el periodo; la segunda para no aburrirlos más y, la tercera, que es la más importante, para invitarlos a leer el libro. Una invitación a esta lectura la hago repasando los temas y autores de manera rápida. Se aborda de nueva cuenta la situación social y cultural, y el contexto de ideas en los cuales la institución eclesiástica actúa y opina. Esto lo hace con su entretenida pluma el maestro Aurelio de los Reyes. Hay también varios textos que tratan el problema de la tensión entre las ideas de los gobiernos liberales y la Iglesia: por ejemplo, el de Raúl González Schmall sobre cuestiones como la Constitución y la regulación de la vida religiosa; Adame Goddard –a quien ya mencioné al principio- sobre la influencia del catolicismo social en el contenido-, y las ideas sociales constituyentes; María Eugenia García Ugarte, quien aborda el problema de la libertad y tolerancia religiosa a lo largo del siglo XIX de una manera sintética como sólo quien conoce a fondo el tema puede exponer. Por su parte, Ramón Aguilera Murguía hace una breve historia del Partido Católico, mientras que Valentina Torres Septién mira la tensión entre Iglesia y gobierno respecto al tema del control de la educación. Un interesante análisis del pensamiento político católico es el que hace María Luisa Aspe Armella, pues nos ayuda a comprender la diversidad de posturas respecto a la participación de los católicos frente al gobierno que surgen a partir de 1930, y de entre las cuales se encuentra el origen del Partido Acción Nacional.

Distanciándose un poco del problema de la tensión en las relaciones entre la Iglesia y el gobierno, hay tres trabajos que analizan otros temas que son de igual manera interesantes y complementan lo anterior. El trabajo de Franco Savarino ofrece una mirada comparativa sobre el alejamiento o acercamiento entre gobierno e Iglesia, en el contexto de los movimientos nacionalistas. Mientras que en México hubo un alejamiento, en la Italia de Mussolini. Este análisis comparativo se podría quizá también hacer, pienso ahora en voz alta, con respecto a la España del franquismo. Por su parte, Concepción Amerlink de Corsi nos relata las estrategias de sobrevivencia de los conventos de monjas después de la exclaustración; mientras que el trabajo de las historiadora del arte Montserrat Galí analiza la obra pictórica del jesuita Gonzalo Carrasco.

Un tema que me llamó mucho la atención es el análisis que hace Manuel Olimón Nolasco sobre la tercera carta pastoral del obispo de Tepic en 1919, Manuel Azpeitia y Palomar. Por la guerra revolucionaria, por la política de Carranza y toda esa coyuntura, la labor pastoral de las diócesis cayó precipitadamente. ¿Qué hacer, se pregunta Azpeitia, ante esta crisis? La necesidad de llevar a cabo una reconstrucción integral de la labor pastoral pasaba necesariamente en ese momento por la reflexión de la crisis de las vocaciones sacerdotales, un tema que ocupó la discusión de los miembros de la jerarquía eclesiástica del país.

En fin, se trata de un libro que, como ustedes habrán apreciado en esta breve reseña, trata sobre un tema pero trata a la vez sobre muchos temas. Es pues una buena puerta de entrada para mirar esa complejidad en las relaciones entre la historia eclesiástica, la historia política y la historia social. Si bien, estoy cada vez más convencido –y en cierta medida este libro me permite afirmarlo mejor- que en el estudio de la historia los compartimientos rígidos no funcionan, pues al seguirlos solemos desterrar actores y problemas que estuvieron presentes en el contexto y problema histórico que nos interesa. También, que es necesario el acercamiento entre los investigadores académicos “laicos” –por decirnos de alguna manera-, y los estudiosos que se forman en las filas del clero. Por ello, es de agradecer la postura que la Conferencia Episcopal Mexicana ha adoptado desde hace por lo menos una década, que es intensificar un acercamiento y diálogo –que ya existía antes, pero que es bueno incentivar más-, en pos de construir un mejor conocimiento de nuestra realidad histórica y social. Sin más, y agradeciéndole al Dr. Casas la oportunidad de comentar este libro, los invito a su lectura.

2 comentarios:

  1. No tengo conocimiento de que el libro se encuentre disponible para su descarga. Pero se puede pedir a la Universidad Pontificia de México:
    http://www.pontificia.edu.mx/publicaciones_de_la_universidad_004.php

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