miércoles, 13 de julio de 2011

Identidades y representaciones en las independencias

Marta Terán y Víctor Gayol (eds.), La Corona rota. Identidades y representaciones en las Independencias Iberoamericanas, Castelló de la Plana, Universitat Jaume I, 2012, 357 p.


Acabo de recibir la noticia de que mi querida colega Frédérique Langue publicó en Nuevo Mundo / Mundos Nuevos la reseña que escribió sobre un libro que edité con mi querida colega Marta Terán. Se trata de La Corona rota. Identidades y representaciones en las Independencias Iberoamericanas, publicado en Castelló de la Plana por la Universitat Jaume I a finales del año pasado, gracias al tesón de Manuel Chust. El libro forma parte de una trilogía que recoge las ponencias del V Congreso Internacional Los procesos de independencia en la América Española, llevado a cabo en noviembre de 2008 en el puerto de Veracruz.

Aquí, reproduzco la reseña de Langue, que puede ser consulta directamente en el sitio de Nuevos Mundos.


Fruto de una selección de ponencias presentadas en varios encuentros que versaron sobre los procesos de independencia en América española, este libro colectivo se diferencia de entrada de la aproximación cronológica que en sobradas oportunidades orienta y justifica en el orden conmemorativo la organización de este tipo de reuniones. Otra característica notable es el hecho de que rompe con el relato simple, por más  pormenorizado que sea, de los hechos y de las gestas nacionales. Temas no tan trillados son efecto las representaciones colectivas, el concepto de nación contrapuesto al de patria, la noción de revolución misma — de que hay que señalar que no siempre fue obra del estrato social plebeyo pese al imprescindible rescate historiográfico que del pueblo “revolucionario” se hizo en otras publicaciones recientes para determinadas áreas de América. Otro tanto puede decirse de la construcción de las memorias a que los procesos independentistas dieron origen y legitimidad política en el tiempo largo. Muchos de los estudios reunidos en esta entrega buscan en efecto cuestionar los vínculos políticos que a duras penas perduraron con la Monarquía hispánica a consecuencia del vacío político del año 1808, a la par que subrayan las posturas muy diversas que asomaron en esa oportunidad en América española, desde las reivindicaciones autonomistas hasta las opciones verdaderamente independentistas, ambas fundadas en concepciones opuestas de la política. Asimismo hacen hincapié en formas de sociabilidades alternas que se evidenciaron en los años 1808-1812, en los proyectos identitarios, mayormente republicanos, que se vinieron forjando en torno al concepto de ciudadanía y a la incorporación de los grupos sociales litigantes. Pese a la ausencia de ciertas regiones, el estudio de las expresiones culturales propias de las nuevas identidades y del manejo de símbolos por el poder político, así como la contraposición de los discursos y prácticas, constituyen temas clave que se abordan tanto en una perspectiva diacrónica como con una orientación propiamente temática.

Las relaciones de la Corona con los territorios de Ultramar, las tempranas rupturas o la permanencia de los lazos institucionales se evidencian por medio de sus expresiones discursivas y con motivo de los primeros ensayos republicanos independientes en los años 1810-1812 (caso de Maracaibo estudiado por L. Berbesí). También se contemplan la cuestión de la representación política en una sociedad caracterizada todavía por una fuerte división estamental — escasamente obviada en actos y símbolos —, el uso de los espacios públicos y hasta la “iconografía del poder” en un contexto de crisis y de cierta forma de descolonización, particularmente explícita en el caso mexicano y desde la perspectiva de las revoluciones atlánticas (I. Rodríguez Moya, S. Hensel). Consta que la creación de identidades sociales alternas en el tránsito de la Monarquía a la República, los ritos y ceremonias, las instituciones y los nuevos actores — ya no los funcionarios del Rey, aunque éstos llegaron a actuar como mediadores de poder en determinadas regiones — que acompañan la formación de la nación mexicana no pueden desligarse, en primer término, de los cambios constitucionales que propiciaron el paso hacia una nueva soberanía nacional y una autoridad política distinta. Tampoco se puede hacer caso omiso de la duradera influencia de la Constitución de Cádiz en las prácticas constitucionales americanas. Entre los actores políticos de este proceso hay que mencionar en efecto las ciudades. Varios ensayos analizas esas identidades colectivas reacias a los cambios jurisdiccionales y jerárquicos del momento y más aún a la definición de la ciudadanía ideada como modelo de civilidad y de lealtad (véase el caso yucateco analizado por U. Bock, o el itinerario muy distinto y no siempre conocido de Puebla, entre 1808 y 1821, estudiado por A. Tecuanhuey a través de sus juras de reconocimiento de la Suprema Junta Central en 1809 y luego del Supremo Consejo de Regencia en 1810, hasta la adhesión al plan de Iguala y la declaración de Independencia in situ en 1821). En este sentido, el estudio de la prensa insurgente y de los conceptos de patria, libertad y nación que en ella se debaten, y hasta de la “noción de revolución”, de sus mitos y metáforas (caso rioplatense de la Revolución de mayo estudiado por F. Wasserman), permite evidenciar y también relativizar la participación de los distintos sectores sociales, mujeres (C. del Palacio, R. M. Spinoso) y ejércitos libertadores incluidos, por fomentar éstos cierta forma de “nacionalismos sin nación” (B. Bragoni, J. Peire).

Con la memoria de la insurgencia, pasada por alto en la mayoría de las celebraciones historiadoras y de que hay que esperar que en adelante sea objeto tanto de estudios comparados como de síntesis de larga duración, esta recopilación abre una imprescindible reflexión acerca de la independencia mexicana, especialmente después de 1821 (M. Guzmán, G. Rozat) y de la utilización (¿instrumentalización?) del pasado por los gobiernos de turno, como aparece a todas luces en las fiestas del primer centenario en 1910. Las celebraciones mexicanas se apoyan en efecto en la definición de un escenario diplomático junto a la configuración de un selecto panteón nacional que sorprendentemente, incluye a “héroes” y hasta a caudillos ajenos a la Revolución conmemorada, tales como Benito Juárez o Porfirio Díaz, en prejuicio de personajes como Hidalgo, algo descartado en esaconfusión que se da entre la celebración de un pasado lejano y la forja conmemorativa de la nación (M. Bertrand). Otro tanto puede decirse de las conmemoraciones peruanas y de sus centenarios, celebraciones esta vez más guerreras y encaminadas a precisar y pensar verdaderamente fronteras locales más que relaciones diplomáticas de nuevo cuño, celebraciones marcadas sin embargo por la tradición barroca de la fiesta como “práctica de poder” en el contexto autoritario y hasta personalista de la “Patria nueva” de Leguía si consideramos el caso de la batalla de Ayacucho debidamente recordada en 1921, y luego, de la Independencia misma, en 1924 (J. L. Orrego Penagos).
 Frédérique Langue.

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